Llevo varias semanas haciendo pretemporada con un equipo de fútbol que flota y despega sobre el césped. Soy sin duda el peor jugador de cada entrenamiento, e incluso el que en peor forma está.
Me he mal acostumbrado a ser uno de los jugadores más en forma allá donde he jugado. Siempre he sido capaz de correr sin cansarme, aguantar largos entrenamientos y hasta sesiones dobles. Pero ahora la realidad es muy distinta.
Sigo considerando que estoy en buena forma, al menos por encima de la media de la sociedad. Soy capaz de correr una media maratón con relativa facilidad. Sigo manteniendo una considerable capacidad de levantar peso, e incluso, estirar y doblar mi cuerpo en posiciones antinaturales. Y aún con todo ello, estoy a años luz de la veintena de jugadores que entrenan conmigo cada martes y jueves.
Hoy vuelvo a casa sin sentir la mitad inferior de mi cuerpo. Hemos pasado una hora en el gimnasio entrenando cadera y zonas contiguas. Soy incapaz de mover el tronco o cruzar las piernas. La segunda mitad del entreno ha consistido en otra hora de fútbol intenso. Y con el reloj marcando las once vuelvo a casa pidiéndole a Dios que no me haga volver a entrenar cadera y tren inferior.
Jueves 22 de febrero de 2024
Tallin, Estonia
Recuerdo #924
