He amanecido con cierto malestar estomacal, puede que se deba a las ingentes cantidades de comida que ingerí ayer. Puede que mis aflicciones se deban a los nervios de tener que jugar un partido de fútbol hoy, e incluso, a una repentina mala suerte propia del que viene de marcar el gol de su vida.
Suposiciones aparte, la dura realidad es que hoy no puedo poner rumbo a Paide. Me toca quedarme en casa y ver desde la distancia a mi equipo jugar. Una realidad que por dura que sea parece ser la tónica de los que juegan al fútbol por todo Estonia. Y es que de haber jugado en Tallin, habría puesto rumbo a la grada con mi camiseta con el número cuarenta y ocho.
De toda formas, el pasar el día en casa tampoco es que sea una desgracia. Una novia que me quiere, un perro tan mimoso como divertido, y un sol que atraviesa las cortinas de un apartamento que me dolerá mucho dejar.
Con la llegada del atardecer y la brisa báltica, los problemas estomacales han dejado paso a un cansancio propio del joven que pasa la noche en una biblioteca. Mi equipo ha logrado rascar un empate a dos muy valioso, y a modo de celebración por mi repentina curación he acabado con Mer y Paco paseando en bicicleta y escribiendo desde la playa debajo de casa.
Domingo 28 de abril de 2024
Tallin, Estonia
Recuerdo #990
