Llevo algo menos de dos años trabajando en Estonia y he de decir que sigo sin acostumbrarme a la conciliación laboral. En esta zona del continente el individuo está por encima de su yo trabajador, razón por la que la confianza y la responsabilidad son valores tan importantes.
Ayer volví a casa a mitad de la jornada. Un agudo dolor similar a una gripe llamada a ser más me hizo pasar la tarde entre manta y termómetro. Y hoy, aun pudiendo trabajar desde casa y pasar el día con el ordenador encendido he decidido pedir un día libre para recuperarme.
La picaresca española, cualidad que admiro, es inútil en un país donde el respeto a lo ajeno es núcleo social. Mis compañeros y mi jefa jamás dudarían de mi palabra al afirmar que estoy enfermo, mientras que en España aún recuerdo tener que escribir un email explicando que tenía que trabajar desde casa porque tenía cuarenta de fiebre.
Si viviera en España hoy habría trabajado. Habría pasado la jornada viendo el tiempo pasar y disimulando mis tareas. En Estonia, lugar donde entienden que soy responsable de mis actos, son capaces de aceptar que si estoy enfermo y necesito descansar, es lo mejor para mí, e indirectamente para ellos.
Hoy he pasado el día en casa después de una mala noche. La fiebre vespertina ha dado paso a una merecida siesta que se ha coronado con una profunda limpieza de casa a eso de las cuatro. Es por ello que el recuerdo de hoy, sin llegar a ser una enfermedad severa, es motivo suficiente para agradecer una vez más tener compañeros de trabajo que confían en mí y no me infantilizan.
Viernes 9 de febrero de 2024
Tallin, Estonia
Recuerdo #911
