Tallin es una ciudad maravillosa aun a pesar de la falta de horas de sol. Es cierto que justifico mi decisión de permanecer en esta ciudad con el buen horario laboral y la buena calidad de vida. Sin embargo mentiría si dijera que el sol invernal de Madrid es algo en lo que apenas pienso.
El clima del Báltico tiene ventajas de primavera a otoño. Se puede hacer vida en la calle sin necesidad de sufrir temperaturas por encima de los treinta. Tallin es un paraíso de abril a septiembre, pero el resto de los meses, por mucho que la nieve sea preciosa, toca hacer vida monacal y añorar el sol.
No ver el sol en invierno tiene una pequeña y rebuscada ventaja. Cuando uno amanece y el astro rey decide iluminar la costa un subidón de endorfinas saca de la cama al más somnoliento. Pasear cerca del mar, con la playa nevada y el sol abrigando es un placer comparable con las terrazas madrileñas a principios de marzo. Y todo lo anterior es doblemente maravilloso si se hace con un cachorro que zigzaguea tratando de cazar alguna gaviota.
Los paseos al sol en las frías mañanas de sábado son uno de esos pequeños placeres que Mer y yo hemos hecho especiales. Salir de casa sin rumbo fijo, sin prisas por volver al hogar y con la única certeza de encontrar algún café para sentarnos a hablar. La vida en invierno sin sol no es idílica, pero cuando lo hay, me atrevo a decir que pocas veces he disfrutado de lo que en Madrid consideraba común.
Sábado 3 de febrero de 2024
Tallin, Estonia
Recuerdo #905
