Enero ha sido un mes tan breve como interminable. Unas frenéticas semanas laborales que se asemejan a la vida madrileña que dejé atrás, con la excepción de mi maravillosa conciliación laboral en el Báltico.
El trabajo realiza, y aún siendo uno de los muchos asalariados que entonan la misma cantinela, me atrevo a decir que sin trabajar perdería la cabeza. Disfruto con los rompecabezas de mi día a día. Me divierte encontrar soluciones a problemas aparentemente sencillos. Y por mucho que llegue al final de la semana con ganas de hacer el macuto y marcharme a un lugar remoto para dedicarme a la escritura, me considero afortunado por tener el privilegio de volver cada lunes a la oficina.
Cuando he llegado a casa he querido agradecer a Mer su paciencia con Paco esta semana. Mer, que disfruta del comer más que yo de un buen café, es una enamorada de cualquier producto que venga de Asia, razón por la que ella más que nadie se merecía una cena sorpresa de algún japonés que pudiera enviar a casa.
Entre pieza de sushi y sorbo de limonada de melón hemos disfrutado de las aventuras del mejor emperador que ha visto la gran pantalla: Cuzco. Después de terminar la que probablemente sea la película que más veces he podido ver de pequeño, hemos podido hacer lo que todo estúpido ha hecho en su vida, jugar a “Outlast”. Un juego de terror cuyos desarrolladores tienen un sitio reservado en el infierno.
Y es ahora cuando escribo este recuerdo, con la garganta rasgada de tanto gritar, cuando me doy cuenta que una de las razones por las que Mer y yo nos llevamos tan bien es porque tenemos un rango de gustos tan extremo que nos permite cenar sushi con Disney de fondo para acto seguido tontear con las lágrimas de aquel que sufre de miedo.
Viernes 2 de febrero de 2024
Tallin, Estonia
Recuerdo #904
