Como ya dicho decenas de veces, Tallin es una ciudad en la que los resquicios del pasado se respetan y adaptan a lo actual. En cierta medida viven de manera acelerada lo que en España hemos vivido en estas últimas décadas, pero cambiando sector servicios de hostelería por tecnológicos.
La desindustrialización del país y su conversión en un país de servicios tecnológicos conlleva la pérdida de uso de espacios antes reservados a la producción. En muchos casos los remanentes de aquella industria soviética se mantienen como una oda a los tiempos que no se quieren repetir. Decenas de espacios se convierten en bibliotecas y apartamentos, otros tantos en zonas de comercio, y otros tantos derribados por el camino. Sin embargo de todas las transformaciones que he visto, la más significativa es la de las pistas de pádel.
Cerca de mi antigua casa existe una pequeña zona industrial que se ha convertido en un ejemplo de la modernización del país. El barrio de Ülemiste es el claro ejemplo de que si se quiere se puede. Antiguas fábricas conviven con centros comerciales y modernos edificios de oficinas. Los espacios que no son verdes están destinados a proyectos que siguen en los despachos, y entre todo el ruido de una ciudad que crece, dos antiguas fábricas albergan varias de las pistas de pádel más bonitas que he visto nunca.
Hoy he jugado al pádel en una antigua fábrica soviética, y aunque intuyo que todos los que ahí trabajaron deben de revolverse en su tumba viendo en lo que se ha convertido el lugar donde tanto sudor derramaron, me permito el lujo de decir que me siento orgulloso de ver a un país dejar atrás el yugo de uno de los regímenes más sangrientos que ha conocido el hombre.
Jueves 1 de febrero de 2024
Tallinn, Estonia
Recuerdo #903
