Hoy mi cuerpo ha dicho basta. Después de un fin de semana lleno de compromisos sociales y varias semanas de un mes laboral agotador, mi cuerpo me ha pedido meterme en la cama a las siete y pasar varias horas leyendo.
Rara vez siento mis piernas fallar. Me he acostumbrado a hacer mucho en poco tiempo, y ni siquiera mi aparente vida monacal se libra de la intensidad de un joven que quiere vivir su vida en sus términos. Me cuesta admitir que comienzo a sentir el peso de la vida adulta. Las tareas del hogar, aunque sean dividas, son agotadoras obligaciones que desgastan el cuerpo y el alma. Siendo sinceros, considero que hasta cierto punto dichas obligaciones ayudan a sentirse realizado, y hay hasta cierta belleza en ese hacer y organizar seguido de un merecido descanso. Pero aún con esas, uno no puede más que sentirse abrumado por la vida adulta.
Supongo que gran parte de mí cansancio se debe a tener un pequeño amigo perruno que me quia el sueño. Paco, que cuando quiere es muy inteligente, se olvida de que vivimos con él, y más de lo que me gustaría admitir acaba levantándome con sus lloros. Y es que el pobre can piensa que cuando no hay luz Mer y yo salimos de casa.
He llegado de trabajar y he aprovechado la calma de una tarde fría y lluviosa para ducharme y hacerme un nido de mantas y libros en la cama. Mi querido Tolkien sigue sorprendiéndome con cada capítulo del primer volumen de su famosa trilogía. Y yo, que soy un joven abrumado por la responsabilidad adulta, disfruto perdiéndome en el bosque de Tom Bombadil mientras le canta a los “hobbits” alguna de sus poesías.
Martes 23 de enero de 2024
Tallinn, Estonia
Recuerdo #894
