En mis cincuenta metros cuadrados de la calle Soo he logrado organizar mis pasiones. Una cocina modesta, espacio para entrenar, un sofá relativamente cómodo y un maravilloso rincón de pufs y almohadones que hace de lugar de lectura y música. Sin embargo echo en falta algo que en casa de mis padres siempre fue la razón de mis noches en vela, un buen escritorio.
El pequeño rincón que comparto con la isleña es más que suficiente para nuestra vida monacal. El alquiler es más que asequible y vivimos en mi barrio favorito de Tallin, sin embargo en días cómo hoy me veo buceando en portales de alquiler, soñando con una habitación extra que me sirva de despacho.
Siempre he dicho que el resumen de mis aspiraciones se centra en una casa frente al mar, una buena biblioteca y varios hijos de una misma mujer. Y esa afirmación tan cierta como deseable tiene un pequeño matiz que nunca he terminado de entender hasta ahora. Quiero un buen escritorio sobre el que llenar de garabatos libretas y cuadernos. Quiero poder sentarme a escribir y a estudiar.
En días como hoy, cuando me encuentro sentado en la esquina de mi salón entre un puf y dos almohadones, pienso en aquel escritorio de mi abuelo. Una mesa de madera tan robusta como extensa sobre la que cientos de papeles y libros esperaban ser usados (o rescatados). Quiero un despacho, y la idea de pagar varios cientos de euros más de alquiler por ese pequeño rincón me tienta.
Jueves 14 de diciembre de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #854
