En estos últimos meses he encontrado un término medio entre mi querida abstinencia y el desmesurado beber que se estila en estos años de juventud. He aprendido, gracias a Escohotado, que en el alcohol hay cierto auge del espíritu que ayuda en ciertos momentos y que en otros condena al joven que decide mojar sus labios con algún brebaje etílico.
Ayer fue una de esas noches que nadie sabe muy bien cómo se desarrollan. Tres españoles salieron de un piso estudiantil a por una cerveza, y cuatro o cinco horas más tarde volvieron a casa sin recordar el camino.
Teniendo en cuenta la horrible noche que hemos pasado los tres, uno durmiendo en el suelo, otra en un sofá y otro aguantando los ronquidos de los otros dos, el amanecer no ha sido para tanto. Una horrible resaca que podría haber sido peor, y no me arrepiento, aunque Clara se haya quedado sin ver gran parte de Helsinki.
Varias horas después del resacoso amanecer, Clara y yo llegábamos a mi pequeño hogar de la calle Soo. Lugar donde mi queridísima Mer nos esperaba con los brazos abiertos para ir a comer a Pöhjala. Y aún a pesar de la buena comida, el día de hoy será (al menos en mis recuerdos) un buen recordatorio de lo que el alcohol hace a los ingratos que como yo que le dan la espalda varias veces al año.
Sábado 2 de diciembre de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #842
