El último partido de la temporada no iba a ser más fácil que los diecisiete anteriores. Una dura batalla nos esperaba contra Hell Hunt, equipo con dos laterales veloces e incisivos y con un central que juega el balón con mucha clase.
Amanecí después de una noche de garganta áspera y tos seca. Una sensación febril acompañaba cada movimiento, y ni si quiera una ducha logró espabilarme. Desde la ventana pude ver un Tallin nevado, algo que me hacía temer que el campo de Kalevi sería un patatal.
Llegado al estadio, sin apenas poder respirar y con punzantes dolores, me encontré con un campo emblanquecido, varios centímetros de nieve y una pelota que no rodaba.
Mi entrenador me había encargado jugar de volante derecho, pero con un campo que no permitía pases rasos mi tarea se complicaba. Tuve que jugar, síntomas febriles aparte, casi de enganche, e incluso llegué a tener varias ocasiones, pero no hubo suerte.
Un gol a balón parado dio la victoria al equipo contrario. Nosotros tuvimos varios travesaños y algún fuera de juego dudoso, y sin embargo no logramos empatar. Supongo que no se le puede pedir mucho más a un partido que desde la grada debió ser un pimpón.
Aún con la desgracia de la derrota nevada, mantenemos la categoría. El año que viene volveremos a jugar en la misma división, y yo, con mil trescientos trece minutos a mis espaldas, cierro una feliz temporada llamada a ser la primera de muchas.
Sábado 27 de octubre de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #807
