Echaba de menos sentarme a escribir a altas horas de la madrugada con mi querido Rainbow Kitten Surprise de fondo. Mañana comienza un merecido fin de semana donde jugaré un partido de liga y el domingo un torneo de golf. Pero yo sólo puedo pensar en mi sábado, en el arroz con gambas y setas que voy a cocinar con Mer, y en la posterior siesta acompañada de música y mate.
Hoy ha sido un jueves muy madrileño. Pasear por Tallin en septiembre tiene ciertas similitudes con el noviembre mesetario. Una gélida y húmeda brisa acompaña los últimos olores del verano que deja paso a su hermano el otoño. Las gentes alternan vestidos veraniegos y chaquetas resultonas, y la ciudad poco a poco es seducida por las luces de marquesinas y coches.
En mi habitual paseo a mi querido Kalevi, lugar donde entreno y me dejo el alma, he tratado de llamar a una amiga de la que hace tiempo no sé nada. La mensajería instantánea engaña, y un mensaje semanal es incapaz de suplir las largas conversaciones de café y humo.
Supongo que gran parte de la incomodad y los retos que buscaba más allá de la M-30 llevaban aparejados un distanciamiento de ciertas amistades. Y aún alegrándome de haber decidido fortalecer ciertas amistades a tres mil kilómetros no dejo de lamentarme por ver ciertas amistades perder relevancia en estos recuerdos.
He entrenado a un muy buen nivel. La rodilla me sigue produciendo cierta preocupación. Intuyo que haber nacido con una rótula rota no es lo ideal para competir, pero esta vez el dolor parece provenir del ligamento.
Parece que mis amistades son muy parecidas a mi rodilla, varias de ellas nacieron dañadas, pero con mimo y paciencia nunca dieron problemas. Y ahora, en el esfuerzo de la vida alejada de la meseta, las tensiones de la distancia se resienten, al igual que mi ligamento con cada entrenamiento.
Jueves 14 de septiembre 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #763
