En mi segunda abstinencia he desarrollado con el alcohol una relación que bebe (irónicamente) de los textos de Escohotado. He encontrado en la sobriedad un respeto profundo por lo etílico, y he elevado a rito todo lo relacionado con el beber.
Cuando decidí comenzar mi segunda etapa seca, acepté a regañadientes que esta vez me tocaría abrazar al alcohol cuando mi cabeza lo pidiera. Y hoy, después de seis meses, la cabeza me ha pedido un elegante y reposado gin tonic.
El alcohol, apaciguador de males y potenciador de alegrías, ha llamado a mi puerta varias veces durante el invierno. Y sin embargo fue ayer, después de sentir el peso de una cabeza nublada, cuando al salir de una cena mi amiga entendió que hoy tocaba ir a por una copa.
En aquel bar entre murallas de la calle Sauna he vivido grandes noches. Lo descubrí gracias a un romance que no cuajó, y muy de vez en cuando he vuelto a él, tal vez con el mismo cariño que mis visitas a Mayflower.
Mi amiga, acompañada por su negroni, escuchó las dudas que me acechan, y en ese breve periodo en el que esperábamos a otra persona, un joven madrileño disfrutó una vez más del cálido abrazo de una droga que debe ser reservada para los más solemnes ritos.
Sábado 1 de julio de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #688