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  • Foto del escritorCarlos Pinedo Texidor

¿Y ahora quién me llamará Carlitos?

Bartolomé Beltrán o Tolo, como lo conocíamos amigos y familiares, siempre estuvo en el sitio adecuado en el momento adecuado. Tolo, a quien podría dedicar cientos de páginas fue uno de esos hombres de una España que ya no queda. Un hombre familiar que vivía por y para los de su alrededor, y yo tuve la inmensa fortuna de vivir grandes momentos a su lado.


Admito que sigo sin hacer las paces con la realidad de escribir este texto en pasado. Supongo que siempre me echaré en cara no haberme sentado con él más veces cuando abandoné mi adolescencia. Tolo, quien me siguió llamando Carlitos aún habiendo acabado la universidad y pesando noventa kilos, me decía con gracia que por mucha barba y pelos en los huevos que tuviera nunca dejaría de ser aquel Carlitos al que resucitó en aquella piscina de Son Veri Nou.


En mi vida he escrito mucho, tanto que comienzo a olvidar textos de años pasados. Supongo que debí aprender algo de Tolo. Crecí viéndole escribir artículos y novelas, quejándose de olvidarse de sus escritos mientras su mujer Pilar y mi madre charlaban y sus hijos y mis hermanos corríamos por el destino de turno del viaje anual de las familias Pinedo y Beltrán. Guardo en mi memoria preciosos recuerdos de todas las sobremesas de aquellos viajes. Yo era un niño, y en la distancia de mi memoria sigo pintando a Tolo y a mi padre peleando por ver quien era el rey de la siesta mientras yo trataba de sacarles fotos.


Decía antes que Tolo siempre fue un hombre que estuvo en los sitios adecuados en los momentos adecuados. Pues bien, una de las pocas cosas sobre las que jamás he escrito, y de las que una vez escritas jamás me olvidaré fue aquella mañana en la que Tolo me devolvió a la vida.


Yo en aquel entonces era un pequeño y escurridizo niño de rizos rubios. Un pequeño salvaje que no se separaba de su navaja, sus libros de fósiles y que fardaba de su excesiva curiosidad. Aquella mañana mallorquina, la misma curiosidad que me hace escribir, me hizo tropezar y perder el aliento en una piscina de la que años más tarde puedo asegurar haber disfrutado más que nadie. Tolo, que en aquel momento paseaba por el jardín hablando por teléfono, contaba que vio una silueta flotar, y sin pensarlo, traje de por medio, se lanzó a resucitar al joven que hoy escribe esto.


De no haber sido por Tolo yo hoy no estaría escribiendo este breve homenaje a una vida sobre la que no hay papel suficiente para escribir. Debo mi vida a Tolo, y creo que jamás le agradecí todo lo que he vivido gracias a su estar en el sitio adecuado en el momento adecuado.


Mi amor y admiración por Tolo va mucho más allá de su heroicidad. Tolo, quien trató de hacerme un pequeño hincha del Real Mallorca fue presentándome en sociedad a través de pequeñas migajas en sus columnas de opinión. Me enorgullece decir que uno de los argumentos de la defensa del Tren de Sóller pasó por convencer al lector de la grandeza de un pequeño Carlitos vestido de su querido Real Mallorca. Y ahora, días después de su muerte, siento no haber vestido aquel conjunto más de lo que lo hice.


Me consuela saber, que aún en tiempos pandémicos, Tolo, quien debe ser de las pocas personas que se tomó enserio mis libros de poesía, me dedicó un precioso artículo que sólo se entiende si uno ha leído los doscientos poemas de aquella primeriza obra. En aquel pequeño texto que guardo con cariño, el mallorquín más noble que he conocido, quitaba importancia al no habernos visto tanto, y en cierta medida, me consuela saber que siempre nos tuvimos presentes:


Yo te quería como consecuencia de lo familiar pero tú no sabes que en mi Whats App figuran muchas fotos en las que estamos juntos. Por eso, muchos lectores me perdonarán lo subjetivo porque las olas de barlovento no se han separado de ti ​aunque nos hayamos visto menos.


De Tolo guardo recuerdos maravillosos y también textos que visito más de lo que uno pudiera llegar a pensar. Me arrepiento de no haberle podido decir que cuando empecé a salir con la que, aún faltando anillo, será mi mujer, no pude más que traducirle el homenaje póstumo que dedicó a mi abuelo materno. Aquella columna, que guardo enmarcada en mi habitación de Madrid, logra transmitir la esencia de mi abuelo, una esencia que ha permitido a mi querida Mer admirar a un hombre que nunca conoció, y todo gracias a Tolo.


Hoy escribo estás líneas sin saber muy bien cómo explicar que yo no estaría aquí de no ser por Tolo, un hombre que dedicó su vida a su mujer, sus hijos, y a todos los que tuvimos la inmensa fortuna de crecer a su lado. Me entristece saber que nadie me volverá a llamar Carlitos de la misma forma que él lo hacía. Me entristece tener que escribir en pasado sobre uno de los hombres más nobles que he conocido. Y me entristece vivir en la distancia la pérdida del hombre al que debo mi vida.


Querido Tolo, fuiste un gran hombre, fiel defensor del amor familiar y las amistades. Un hombre que lo hizo todo en su vida. Marido, padre, amigo, médico, escritor, periodista, presidente de fútbol y apasionado por lo mallorquín. Un hombre que me trajo de vuelta a la vida y al que debo una infancia muy feliz.


Espero que algún día nos volvamos a ver ahí arriba, y tal vez, alejados de piscinas, podamos disfrutar de alguna de las tertulias que debimos tener y nunca tuvimos.


Descansa en paz Tolo.



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