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  • Foto del escritorCarlos Pinedo Texidor

982 - El gol de mi vida.

El fútbol es una fiel representación de lo caprichosa que es la vida. En noventa minutos se concentran las vivencias de una vida entera, y quien no haya jugado no puede más que confiar en las palabras que aquí escribo.


La vida, como tantas otras cosas, va enserio, y como decía Gil de Biedma, eso uno lo comienza a entender más tarde. Hay quienes nunca entienden que ha pasado el tiempo, que la verdad desagradable asoma, envejecer, morir, es el único argumento de la obra.


En el fútbol, uno envejece con cada partido. Cada carrera asoma la llegada de la muerte. El sufrimiento de cada partido que se juega acerca el joven a su fin. Cada partido jugado obliga a entender que a uno le queda menos fútbol y que las botas se van desgastando.


Yo entendí tempranamente los límites de mi fútbol. Hice las paces con los límites de mi vida sobre el césped. Nunca pensé que acabaría jugando en la II Liiga, o lo que es lo mismo, en la primera categoría de fútbol no profesional de Estonia. Nunca pensé que compartiría vestuario con profesionales retirados, y mucho menos pensé que aún me quedaban goles en las botas.


Hoy he jugado alejado del lateral al que tanto cariño tengo. El mediocampo comienza a seducirme, y yo, que sigo sin ser un prodigio con el balón, voy recuperando la confianza que perdí con la operación.


En un rincón del norte de Estonia, a treinta kilómetros de casa, en la localidad de Tabasalu, he vuelto a marcar un gol. Reconvertido en número diez, con un jugador menos, y con suficientes kilómetros encima, he jugado tal vez el partido más especial de mi vida.


Más allá del injusto resultado debido a las lesiones de mi equipo que nos ha dejado con diez, he corrido, regateado y defendido como nunca antes he hecho. Hoy he jugado con la cabeza de un jugador curtido en mil batallas. Con la certeza de que el fútbol va enserio.


En el minuto treinta y tres de un interminable partido, con mi querida Mer en la grada, he logrado robar el balón al central del rival, y sin pensarlo dos veces, desde el medio del campo, con el interior de mi pie derecho, he disparado a puerta.


El portero, adelantado en exceso, ha visto, al igual que yo, cómo a cámara lenta la parábola del esférico lo hacía entrar por la escuadra derecha. Y en ese momento, antes de ver el balón tocar la red, no he podido más que mirar a la grada, donde el incondicional amor de Mer ha encontrado en mi mirada la rabia y felicidad de quien entiende el argumento de la obra.


Sábado 20 de abril de 2024

Tabasalu, Estonia

Recuerdo #982




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