El fútbol es un deporte caprichoso que no obedece a ningún tipo de justicia o profecía. El fútbol sólo obedece a lo que ocurre en los noventa minutos en los que se suda la camiseta, y quien diga lo contrario jamás ha sufrido una derrota que no parecía posible.
Reconozco haber hablado en muchos recuerdos de los dioses del fútbol como entes superiores que controlan el devenir de lo que ocurre en el verde. Sin embargo, dichos recuerdos literarios no han de entenderse como fiel convicción o devoción. El fútbol es en esencia, una batalla que se materializa en noventa
minutos de sudor, y todo lo que lo rodea son innecesarios accesorios modernos.
El Atleti, equipo de mis amores, es un fiel ejemplo de las conjuraciones y rituales en torno al deporte rey. Soy el primero que ofrezco mi devoción a la superstición y demás comportamientos irracionales. Pero al final del partido, lo único que importa es lo que ocurre dentro de los noventa. Y el Atleti, al menos el que he visto hoy, ha jugado para los supersticiosos y no para ganar.
Un buen equipo de fútbol necesita una sana mezcla de convicción religiosa y esfuerzo físico. Pero la base de todo triunfo radica en el esfuerzo, y los que hoy han jugado en Alemania vuelven a casa sabiendo que podrían haber dado más.
Otro año más veo al Atleti caer de una forma dolorosa, y sin embargo, hoy es la primera vez que admito que de haber jugado el partido infinitas veces, el resultado habría sido el mismo. Las conjuraciones y hechicería se ha convertido en protagonista en una plantilla a la que le falta sudor y le sobran años. Y hasta que no se vuelva al partido a partido, al esfuerzo y sudor, el Atleti no volverá a ser aquel equipo que me hizo mudarme a Tallin.
Martes 16 de abril de 2024
Tallin, Estonia
Recuerdo #978
