Érase una vez un joven madrileño que emigró a tierras lejanas. Entre montañas de nieve y un mar agitado centró sus esfuerzos en jugar un fútbol competitivo. Tras una primera temporada fue a parar a un equipo que le quedaba grande, y en su afán de demostrar que podía hacerlo, se empeñó en agachar la cabeza y aguantar el banquillo.
Los que conocen a ese joven puede que aún recuerden sus numerosas salidas del banquillo en sus temporadas madrileñas. Largas horas de suplente que casi siempre acababan con titularidades a final de temporada. Y es que el joven, además de paciente siempre fue perseverante. Razón por la que con toda la temporada por delante, no le preocupa aguantar sentado lo que tenga que ser.
Dicen, que aquel madrileño al que le sobran toques y le falta físico, entrena a escondidas para poder dar el do de pecho con su nuevo equipo. Como todo joven, a veces cae en vicios innecesarios como una hamburguesa de más o un vino a medio día. Y sin embargo, sigue entrenando.
Supongo, que la perseverancia del día a día, el aguantar las gélidas ventiscas estonias en el banquillo y el asumir que tiene mucho que aprender, es un muy buen punto de partida. Y es que el joven, si algo tiene claro, es que a sus veinticinco tiene mucho fútbol por delante, y si no juega ahora, ya lo hará en un futuro.
Martes 2 de abril de 2024
Tallin, Estonia
Recuerdo #964
