A mis veinticinco, camino de unos veintiseís muy bien vividos, comienzo a entender de que va la vida. Alejado de la ciudad en la que crecí, y tras menos sacrificios de los que aparenta mi exilio, llego a las mismas conclusiones a las que llegué hace dos años en Madrid cuando comenzó mi planificado éxodo.
La vida, o al menos la que vivo, se basa en la simplicidad del día a día. Pequeñas rutinas alejadas de lujos y grandezas. Un vivir similar al madrileño en el que se cambia la vida con padres y hermanos por una vida de noviazgo.
Por mucho que mi vida haya cambiado desde mi llegada a Tallin, sigo disfrutando de los mismos placeres. La vida en la distancia no es más que la materialización de los deseos de juventud que jamás se podrían materializar en una ciudad como Madrid.
Por fin empiezo a entender de que va la vida, y parte de ese entendimiento pasa por aceptar que en Madrid también podría haber sido feliz, por mucho que insista en el acierto de mi emigración.
Viernes 22 de marzo de 2024
Tallin, Estonia
Recuerdo #953
