La vida en ciudad, sin importar el país en el que uno resida, depende de las mañanas de los sábados para ser vivida de una forma agradable. Siempre he defendido que las salidas nocturnas de los viernes condicionan el disfrute del sábado, día que se debe guardar para los placeres personales, donde se incluyen familia y amigos.
En mi caso, siendo yo defensor de los fin de semanas pausados, he logrado encontrar cierta gratificación en las mañanas de fin de semana. Además, con la reciente adición de mi perro Paco, los paseos los disfruto doblemente, porque aunque mi can aún no lo sepa, soy feliz al verlo perseguir hojas y gaviotas.
Decía antes que los sábados se deben guardar para el disfrute de lo familiar y las amistades. En mi caso, a miles de kilómetros de Madrid, sólo tengo un familiar al que tengo acceso. Y aunque sea por elección amorosa, considero que Mer, isleña con la que paso mis días, entra en ese selecto grupo. Por otro lado, mis amigos, dispersos en varios países, viven sus vidas a su manera, razón por la que quiero aún más a los pocos que me aguantan en estas tierras del Báltico.
Motivados por la promesa de unos buenos huevos Benedict, Paco, Mer y yo nos hemos citado con tres amigos en una próxima cafetería. Dos de ellos, en la flor de su cortejo inicial, mientras la tercera disfruta de su soltería haciéndonos reír al resto. Hoy, entre nubes grises y cantos de lluvia, hemos guardado respeto al sábado, algo que se hace a través del tiempo compartido con familia y amigos.
Sábado 24 de febrero de 2024
Tallin, Estonia
Recuerdo #926
