No tengo tanto respeto al dinero como debería. Lo considero una consecuencia de mi trabajo más que un fin en si mismo. Como todo hombre aspiro a no tener que comprobar lo que tengo y dejo de tener. Quiero vivir tranquilo, sin muchos vicios y preferiblemente con una buena biblioteca, una casa frente al mar y varios hijos de una misma mujer.
Sobra decir que todo lo anterior pasa por una juventud responsable. No tener preocupaciones dinerarias requiere hablar en exceso de algo tan poco elegante como el dinero. Más aún si las aspiraciones van acompañadas de un proyecto en común con la persona a la que quieres.
Por el momento tengo la inmensa fortuna de haberme hecho hueco en un país ajeno al mío. Atrás quedaron esos primeros meses de exilio Báltico en los que tenía que pedir ayuda a mi madre para llenar la nevera. Por el camino de la emancipación he aprendido a gestionar y planificar mi salario, y ahora, con Mer a mi lado, he aprendido a hacerlo en común.
Mer y yo solemos sentarnos por lo menos una vez en semana a hablar de lo que tenemos, lo que necesitamos y lo que nos sobra. Tenemos gustos muy similares y vivimos una vida cómoda pero sin ostentaciones. Salvo catástrofe inexplicable lo normal es que nunca tengamos que pedir ayuda a nuestros familiares, y sin embargo seguimos con la misma idea, vivir mes a mes.
Hoy ha sido un día de los que ponen en perspectiva lo construido, y es que después de varias semanas pensando qué hacer con una parte de nuestros ahorros, y un par de horas después de haberlos invertido, un pícaro envase de especias ha decidido escaparse de mis manos y agrietar el cristal de la vitrocerámica.
Supongo que el mes que viene nos tocará reducir nuestros cafés de domingo, y aún así, escribo este recuerdo con la satisfacción de saber que a mis veinticinco, hasta un imprevisto relativamente caro no afecta a nuestras perspectivas de futuro.
Lunes 19 de febrero de 2024
Tallin, Estonia
Recuerdo #921
