A trece kilómetros de casa se encuentra la meca de mi vida deportiva. Un complejo deportivo en el que jugadores de fútbol dan su vida por mantener su amor por el verde. Una oda a la resiliencia del deportista que se niega a abandonar. Un ejemplo de que si se quiere, se puede.
Gracias a los infinitos caminos de la vida he acabado sin quererlo envuelto en una vorágine futbolística que años atrás habría soñado imposible. El fútbol por fin ha decidido darme una oportunidad, y la banda derecha a la que tanto debo sigue tratando de seducirme.
Cada martes y jueves entreno a trece kilómetros de casa. Una odisea logística que trato de solucionar pidiendo coches prestados, con taxis y suplicando que alguien me lleve de vuelta a la ciudad. Atrás quedaron los días cómodos de mi moto madrileña. Ahora, en la dificultad de la vida fuera del hogar familiar me toca sacarme las castañas del fuego.
A trece kilómetros de casa vuelvo a sentirme futbolista. Lejos estoy del nivel que logré en el pasado, y la promesa de una ficha con un equipo que no merezco es motivo suficiente para seguir peregrinando dos veces por semana.
Martes 13 de febrero de 2024
Tallin, Estonia
Recuerdo #915
