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  • Foto del escritorCarlos Pinedo Texidor

901 - Las primeras cuarenta y ocho horas.

Fue en abril del diecinueve cuando me enamoré de los ayunos prolongados. Sé que para muchos la privación voluntaria de la comida es algo de tarados, pero en el sufrimiento (por llamarlo de algún modo) voluntario hay cierta paz que no se asemeja a nada que conozco.


Los ayunos prolongados son en mi caso una de las razones por las que logro mantener mi adicción por el buen comer. Restringir a una comida diaria mis vicios alimenticios me resulta más sencillo que vivir pendiente de comer más o menos. Supongo que en los actuales términos nutricionales mi relación con los ayunos subyace a lo que se denomina un trastorno alimenticio. Pero creo que hay más grises que negros en este tema.


La principal razón por la que disfruto en el sufrimiento de mis ayunos de veinte y tantas horas es porque hay cierta sensación de control aparejada. La comida, que es una de mis pasiones, como todas ellas acaba tomando control de vez en cuando. Y no hay mejor manera de controlar los instintos dionisiacos que con la moderación apolínea.


Hoy mi reloj particular de ayunos marca las cuarenta y ocho horas sin ingerir ningún tipo de alimento. Me permito el lujo de acompañar mi ayuno con té, café y nicotina. Todas ellas drogas que en cierta moderación permiten a la cabeza no depender de los estímulos alimentaciones.


Las primeras cuarenta y ocho horas de los seis días que tengo previsto suelen ser las más difíciles. El cuerpo aún no entiende el porqué de la privación, y ni siquiera la cabeza, que entiende que se trata de un sacrifico monacal para calmar el espíritu, ayuda con el proceso.


Martes 30 de enero de 2024

Tallinn, Estonia

Recuerdo #901



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