El mes de enero suele ser sinónimo de vida ajetreado. Muchos comienzan el año dispuestos a dar su mejor versión, y todo lo que llevaba pausado por la Navidad necesita volver a rodar. Se nota en las calles cierto ímpetu por hacer más y mejor. Aunque sea de la mano de la tranquilidad estonia todo el mundo quiere cumplir con lo propio. Y en ese grupo nos encontramos Mer y yo, ella con sus tesis de final de carrera y yo con mi tercer volumen de recuerdos.
No suelo hacer mucho caso a mis propósitos de fin de año. Me acostumbré a planear mi vida semana a semana con la vista puesta en ese deseo vital de una casa frente al mar, una buena biblioteca y varios hijos de una misma mujer. Es cierto que suelo centrarme en algún detalle de mi vida cada mes de septiembre, remanentes de la vida escolar supongo. Pero si tuviera que escribir sobre algo que quiero mejorar este año sin duda sería mi escritura.
Me he acostumbrado a la pereza y dejadez del día a día. Apenas encadeno dos semanas escribiendo a diario, y aunque garabateé ideas y memorice estructuras narrativas, la realidad es que tengo que mejorar. Hoy escribo esto sentado en Fika, mientras Mer se centra en sus trabajos finales de la universidad yo trato de recuperar el deber de mi escritura. Y con un libro a medio editar y un relato corto a medio terminar, siento algo de vergüenza.
Hoy hemos vuelto a Fika, lugar en el que además de buen café uno puede sentarse a ver la vida pasar. Y es que la contemplación de la vida báltica es una actividad a la que dedicaría mis momentos más especiales, razón por la que la isleña y yo somos tan felices aun estando a menos veinte grados.
Sábado 13 de enero de 2024
Tallinn, Estonia
Recuerdo #884
