Los videojuegos de mi infancia se han caracterizado por ser pocos y muy intensos. Soy un jugador muy ansioso, lo que implica que soy incapaz de dejar sin explorar el mapa. Está pequeña obsesión es la responsable de tener más de seiscientas horas entre los dos nuevos “Zelda”, o que llegara a las casi ochocientas en otro de piratas para llegar al cien por ciento.
Desde hace años los desarrolladores se empeñan en llenar los juegos de logros y coleccionables absurdos que poco aportan. Hay una forma de pensar en la industria que es la responsable de que se confunda la cantidad con la calidad, y los que jugamos acabamos perdiendo la cabeza por encontrar esa cueva que tiene un objeto escondido.
Crecí jugando a muchas sagas que no cayeron en la moda de los coleccionables. Historias donde la trama era suficiente para otorgar treinta horas de juego. Puedo decir que viví ese cambio, o que al menos fui consciente de cómo “FarCry” y “Assassins Creed”, sagas de mi infancia, comenzaron a ser difícilmente terminables.
Recuerdo con cariño y sufrimiento llegar al cien por ciento en varios juegos de esas sagas. Y hoy, más de diez años después vuelvo a mi querido “Far Cry 4”, a perderme en las montañas de Kyrat, pero esta vez no lo haré sólo, será de la mano de Mer.
Sábado 30 de diciembre de 2023
Madrid, España
Recuerdo #870
