Hace algo más de dos horas que mi querida isleña se ha ido a cenar. En un primer momento me ha dado algo de pena, esta semana está siendo algo más dura de lo habitual, y llevaba desde por la mañana esperando mi habitual tertulia con ella. Pero una vez entrado en calor y habiendo visto la nieve de mis botas derretirse en la entrada creo que me ha venido bien aprovechar la soledad de mis cincuenta metros cuadrados.
Si me pongo a hacer cuentas es muy probable que Mer sea la persona fuera de mi familia con la que más tiempo haya pasado en mi vida. Una realidad tan bonita cómo triste, porque me hace acordarme de determinadas amistades que no se creían eso de que ya habíamos pasado casi todo nuestro tiempo juntos. Amistades que de no ser por algunas páginas de estos volúmenes comenzaría a olvidar.
Me acuerdo de aquellas conversaciones madrileñas tan típicas. Cafés y discusiones precedidas por meses sin reciprocidad, y que rápidamente se olvidaban con un cariñoso abrazo. Ahora la realidad es otra. Nos hemos hecho mayores, y no me refiero a la edad, si no a nuestras rutinas. Cada vez mis amigos hacen menos cosas y concentran su tiempo en sus pasiones. Donde antes había tiempo para diez amistades y otras tantas aficiones ahora caben tres de cada. Y todos aquellos que años atrás creían que eso del café trimestral iba a durar para siempre ni si quiera leerán este recuerdo..
Y ahora qué hago se preguntaran muchos. Pues poco se puede hacer. La vida es asumir que en muchas relaciones los mejores momentos ya han pasado. Y no hay mayor muestra de respeto y amor hacia ellas que aceptar como diría Guerrita “Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible”.
Jueves 30 de noviembre de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #840
