Son las diez y media de la noche. Hace algo menos de una hora he salido de la habitación sin tratar de despertar a Mer, quien debía disfrutar de su segundo o tercer sueño. No puedo dormir, los ojos no logran permanecer cerrados, y ni si quiera una combinación de melatonina y té de canela logra evitar que huya de la cama.
Me he sentado junto a la ventana de mi salón. En un pequeño rincón que hace un par de meses convertí en un lugar de vinilos y libros. Varios almohadones rojizos, acompañados de un par de pufs azules, me sirven a modo de trono y mesa. Desde mi pequeño despacho improvisado observo la nieve formar divertidas formas en la ventana. La calle deja de lado cualquier detalle y se viste con un uniforme vestido blanco, y yo a la luz de la luna (y las farolas) trato de escribir un recuerdo que transmita mi insomnio.
Siempre he sabido conciliar el sueño, incluso en aquellos divertidos años de adolescencia de amores no correspondidos. Considero que tengo la conciencia tranquila, salvando algún pecado que me empuja a acercarme a alguna parroquia cuando pase por Madrid. No termino de entender por qué el sueño no me abraza, aunque tal vez logre seducirlo con interminables textos como hacia antaño-
Escribir este recuerdo, a una hora tardía (si se tienen en cuenta mis horarios) me traslada a aquellos recuerdos de mi vida laboral madrileña. Recuerdos donde muchas veces me dedicaba a narrar que eso de terminar de trabajar a las dos de la mañana no era para tanto. Y al igual que veo a la nieve formar divertidas formas en la ventana, soy capaz de reconstruir aquellos recuerdos.
Miércoles 22 de noviembre de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #832
