La vida adulta es maravillosa, por mucho que cierto sector se empeñe en despreciar. La constante infantilización de la sociedad ha derivado en jóvenes con miedo a la independencia, algo que se ve acrecentado por altos precios de vivienda y salarios bajos que obligan al joven a compartir piso sin otra expectativa
La juventud que conozco, la española, vive en una burbuja sin responsabilidad más allá de la laboral. Jóvenes que sin saberlo viven atrapados en la rueda semanal y que viven esperando la escapada madrileña para diferenciarse. No les culpo. Madrid, ciudad que obliga al hacer más y mejor, atrapa al joven que quiere madurar y le confunde por el camino.
Desde mi exilio en el Báltico he logrado entender los errores de mi vida madrileña. Gastos de dinero en experiencias patrocinadas por la exceptiva de mi entorno, y que ahora en la distancia observo con cierta vergüenza a través de las redes sociales.
Cuando uno entra en la vida adulta, y lo hace por medio de la independencia, entiende que esos constantes planes de fin de semana sirven para llenar un vacío existencial propio de la vida madrileña. Y es que los jóvenes tienen que dejar el nido materno lo antes posible, necesitan disponer de espacio, privacidad y soledad para entender de qué va la vida, y eso en Madrid es imposible.
Toda la anterior amalgama de ideas aparentemente inconexas tienen su justificación en el haberme despertado hoy y haber tenido que pasar varias horas haciendo recados. Y aunque el gastar cientos de euros en mantener un hogar y reponer suministros me duela, soy feliz. La paz del cocinar una pasta con mi querida isleña me recuerda que hay vida más allá de las escapadas de fin de semana, y que la felicidad adulta conlleva el disfrute después de la reponsabilidad
Sábado 4 de noviembre de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #814
