Despertarse a las tres de la mañana para coger un autobús, dos trenes y un avión es algo bastante desagradable. Soy hombre de mañana y suelo madrugar por voluntad propia, pero de ahí a hacerlo por la obligación del volver a casa hay una gran diferencia.
Siendo sinceros, lo que ocurre es que soy cabezota y ligeramente estúpido. Podría haber elegido volver algo más tarde, casi para cenar en Tallin, pero el deber de pasar la tarde en casa me podía, y de ahí el renunciar a mi noche de sueño y amanecer con vistas.
Otra de las razones por las que me considero ligeramente estúpido es mi incapacidad para dormir en cualquier medio de transporte. Por un lado la responsabilidad del volar en horario laboral me ha hecho trabajar en el vuelo a casa, y por otro, me gusta aprovechar la tranquilidad del vivir sin internet, aunque sólo sea un par de horas.
Por lo general, los aviones, suelen ser perfectos compañeros de escritura. En ellos he escrito grandísimos textos que ahora guardo con esmero y otros que se perdieron por el camino. Pero más allá de mis reflexiones a miles de pies sobre tierra, me gusta pensar en la fragilidad de lo que se razona.
Los aviones, lugares donde uno no puede escribir a sus familiares y amigos, han sido para mí lugares donde dejar en borradores grandes discusiones. Lugares donde el razonamiento de la discusión se queda sin enviar, y que una vez en tierra se suelen borrar, y menos mal.
Viernes 13 de octubre de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #792
