Si tuviera tiempo dedicaría un par de libros al fenómeno del interiorismo en los países occidentales. Tiendas y boutiques con todo tipo de cachivaches decorativos con precios prohibitivos e insultantes. Me atrevería a decir que hay una correlación entre el producto interior bruto y el número de tiendas de decoración por habitante. Mis observaciones me dicen que en función de lo anterior hay tres tipos de ciudades: aquellas en desarrollo comercial (Tallin), aquellas establecidas (Madrid) y las híper desarrolladas (Copenhague).
La capital danesa, ciudad de la que me he enamorado, logra reunir lo mejor de ciudades a las que tengo cariño: Helsinki (zona portuaria), Estocolmo (canales), Palma (comercios a pie de calle), Madrid (terrazas) y Tallin (zonas verdes). Y sin embargo, la razón por la que puedo decir que es una ciudad infinitamente más próspera y desarrollada es porque hemos debido de pasear por cuatro tiendas de carísimas papeleras de diseño.
Una ciudad cuyo principal comercio es el diseño nos permite asumir lo siguiente: la población tiene suficiente efectivo disponible para pagar cientos de euros por una papelera de colorines; el estatus social se materializa con mejores decoraciones del hogar, y la belleza externa no es un elemento diferenciador.
De todo lo anterior, tal vez lo más significativo para mí es la belleza de los daneses. Gentes con rasgos relativamente uniformes pero suficientemente diferenciados. Mujeres y hombres con estupendas fachas y una moda que alterna lo tradicional con toques modernos. Una población que parecer haber logrado la excelencia de la estética exterior, razón por la que ahora viven por y para el interiorismo y otras pasiones del ser más interno.
Sábado 7 de octubre de 2023
Copenhague, Dinamarca
Recuerdo #786
