Nunca he sabido muy bien qué era eso del yoga. Siempre pensé que era un engañabobos enfocado a sacar los cuartos a los occidentales, y aunque pueda haber algo de verdad, me equivocaba.
Mer, isleña que hasta hace no mucho era tan deportista como yo, me ha convencido en empezar a hacer yoga con ella. Y yo, que llevo casi media década estirando religiosamente cada noche, le respondí con chulería que claro que sí.
Hoy, de camino a mi entrenamiento de fútbol me ha tocado darme la vuelta y volver a casa con el rabo entre las piernas (otro día en el que no somos suficientes para entrenar). Mer me esperaba en casa, habíamos quedado para ver una peli después de entrenar, y al llegar me la encontré empezando su sesión de yoga diario.
Con la chulería propia de un adolescente que ha descubierto el tabaco me dispuse a enseñar a Mer que el yoga no es para tanto, y que mis estiramientos son mejores. Después de tres posiciones y algo menos de veinticinco minutos me tocó reconocer que el yoga es más complicado de lo que parece, y que a mis veinticinco sigo sin estar tan en forma como me gustaría.
Jueves 7 de septiembre 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #756
