Nunca pensé que tener una casa con tantas plantas fuera a ser un ejercicio de madurez tan satisfactorio. Con casi una docena de amigas verdes, mi rincón de la calle Soo se ha convertido en un pequeño invernadero de lectura y escritura. Y entre tantas hojas y macetas comienzo a entender que además de una buena biblioteca quiero un buen jardín.
Amanecer en una casa con tanta luz, al menos mientras el invierno no llegue, unido al verde que acompaña cada esquina, ha despertado en mi una nueva forma de entender el hogar. Por fin entiendo que una casa, además de ser un espacio necesario en el que descansar, ha de ser un lugar en el que uno pueda cuidar de algo. En mi caso, mi potencial perro tendrá que esperar ya que la criadora dobló el precio pactado, y por el momento mi querida isleña no vive conmigo, por lo que tengo que centrarme en cuidar de mis libros y de mis plantas.
Más allá del placer descrito y de la paz que produce cuidar del hogar, tener plantas requiere mimo y esmero. Pero no estoy solo, Mer, además de isleña es una fantástica jardinera, y es capaz de entender qué le ocurre a una planta con tan sólo observar sus hojas. Don que sin duda hace más fácil replantar y elegir las macetas adecuadas.
Hemos pasado la mañana replantando y cuidando de las plantas que trajo de su casa. Tomamos la difícil decisión de separar varias y premiarlas con su propia maceta, algo que contribuye a que donde antes había una frondosa compañera ahora disfrutemos de tres pequeñas amigas.
Las plantas requieren orden, y en cierta medida mi vida monacal requiere tanto de verde como de pautas. Tal vez por ello mi pequeño jardín interior haya sido tan buena idea, o puede que tan sólo sea disfrutar al ver a Mer cuidar con tanto cariño de unas macetas y unas hojas desordenadas.
Sábado 2 de septiembre 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #751
