Mi liga de póker ha acordado descansar durante el verano, aunque ello no impede que de vez en cuando nos reunamos para jugar. Y yo, jugador enamorado de las matemáticas de este deporte he aprovechado para demostrar que el verano está para estudiar las reglas del juego.
No sé cuánto tiempo llevaba sin jugar, pero lo suficiente como para no terminar de entender ciertas probabilidades. Y aún así, después de cinco horas de juego me encontraba en la mesa final. De los casi treinta que empezamos, y sus respectivas segundas entradas quedábamos nueve, y después de varias caóticas manos me encontraba como líder en fichas de los seis restantes.
Sin embargo, el póker, divertimiento de los adioses del azar, me tenia preparado un final triste y doloroso. En dos maños consecutivas, de esas que las matemáticas te dicen que si juegas cien veces ganas noventa, me encontré con dos derrotas que me hicieron perder mis casi cien mil fichas.
Me duele haber quedado quinto, más aún después de haber jugado tan bien, pero si soy sincero, el mero hecho de poder codearme con jugadores que llevan tres décadas jugando, y que poco a poco me reconozcan como un peligro a batir me hace feliz.
El póker, bendito tesoro que he redescubierto, tiene todo lo que le pido a la vida: cabeza, corazón y mucha adrenalina. Y es que en el día de hoy, habiendo eliminado a nueve jugadores, me vuelvo a casa sabiendo que mi estudio merece la pena, y que cuando comience la nueva liga en otoño voy a codearme con los que este año rozaron la gloria.
Viernes 14 de julio de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #701
