Hace un mes entendí que eso de vivir en Tallin estaba muy bien, que pagar un alquiler y trabajar a orillas del Báltico era una gran experiencia, pero que un hogar además de serlo, tiene que parecerlo. Es cierto que mi antigua casa y la actual tienen todo lo necesario para que no me falte de nada. Las considero mis dos primeros hogares fuera del núcleo familiar. Pero tanto a la primera como a la actual les faltaban pequeños detalles.
Siempre he dicho que una de mis muchas aspiraciones se centra en tener varios hijos de una misma mujer, una buena biblioteca y una casa frente al mar. A día de hoy me faltan los hijos, la mujer y la biblioteca. Y aunque siendo estrictos no veo el mar desde mi ventana, los quinientos metros que me separan me permiten darlo por válido. La mujer y los hijos aún tienen que esperar, pero la biblioteca es algo a mi alcance. Y de ahí nace el recuerdo hoy.
Cuando pasé por Madrid hace un mes decidí que no había mejor forma de afianzar mi compromiso con Tallin que organizar el envío de mis libros favoritos. Aunque aún esté camino a los veinticinco he logrado con mimo y paciencia una colección muy decente. Cerca de cien libros a los que guardo un inmenso cariño, y de esos hay treinta que tengo que tener cerca de mí.
Hoy me han llegado las dos cajas llenas de libros que dejé medianamente organizadas. Siendo estrictos fue mi madre quien las empaquetó y envío. Pero la selección de mi pequeña biblioteca ha sido cosa mía. Y poder disfrutar de Fontanarrosa, Ayesta, Escohotado o Séneca es un placer que echaba de menos.
Todo esto se lo contaba a Mer con un café en F-Hoone, nuestro querido rincón de Telleskivi. Y supongo, por la cara que ponía, que no termina de entender qué lleva a un madrileño a trasladar parte de su biblioteca al país que la vio nacer.
Miércoles 25 de enero de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #531
