Hoy, después de todo el día dando vueltas a los ríos de tinta en relación con Italia, solo puedo pensar que según nuestra querida Real Academia Española soy un radical, y es que soy partidario de reformas extremas, especialmente en sentido democrático.
Siempre pensé, o al menos eso me dijeron, que a medida que uno madura se reconcilia y acepta que tal vez la derecha no es tan mala y la izquierda no era tan buena. No sé en qué momento del camino debí de equivocarme, pero cuanto más maduro más rehuyo tanto de unos como otros.
La izquierda vive en películas y peleas imaginarias, y como si de Don Quijote se tratase, se enriquecen a costa de pelear con unos gigantes que no son tal. De la derecha podría escribir páginas, unos diligentes señores que viven del saber gestionar, mientras con sus políticas ahogan al pueblo que les votó.
El panorama es desolador, y ya no solo en España, también en Europa. El populismo se abre paso, ser buen político es recurrir a buenos eslóganes, y alguno ya ha abierto el cajón de los totalitarismos, y mientras tanto, cada día más jóvenes rehuyen de cualquier rasgo político. Me repugna eso de legislar para las multinacionales casi tanto o más que intentar destruirlas con impuestos.
Me agota todo lo que rodea a la política, constantes polémicas que impiden vivir con libertad y felicidad. La juventud tiene que huir de la política, y supongo que por proponer semejante reforma extrema, me llamarán radical. La política está muerta, y ni los unos ni los otros son capaces de entender que su tiempo ya fue. Y es que al final del día ni unos son de izquierdas ni los otros de derechas, simplemente son gilipollas.
Creo que la autentica felicidad es vivir por y para los que te rodean y en la medida de lo posible ensalzar los valores de una moralidad mediterránea que a fin de cuentas se basa en la familia, la amistad y el amor por la naturaleza.
Lunes 26 de septiembre de 2022
Tallin, Estonia
Recuerdo #409