Los sábados son días de culto y descanso. Lo primero ha de hacerse con cuidado y precaución, un exceso de amor por lo sabático puede hacer a uno perder la cabeza, y lo segundo puede conllevar desaprovechar el día.
Después de un viernes de descanso y unas diez horas de sueño tocaba ponerse en marcha. Varios cafés y un par de horas de curro en la web del blog han culminado con una siesta que debería entrar en los libros de historia. En medio de mi profundo sueño, y como empieza a ser habitual, Martin me despertó, proponía un reencuentro de varios de clase. Tocaba ponerse guapo y partir hacia la calle Quintana con el nerviosísimo típico de una previa colchonera.
Entre anécdotas y preguntas que rozaban el interrogatorio fueron bailando las horas. Algún lector ahí presente me aseguraba que me leía, aunque de Alonso uno no se puede creer ni la hora. Es capaz de llevar a cenar a una mujer sin saber su nombre, el Don Juan de los años veinte madrileños.
Por mucho que me hubiera gustado alargar el interrogatorio amoroso al que estaba siendo sometido, el Atleti me llamaba. Con un frío propio de los países nórdicos tocaba ir al Metrosiberiano, y ni siquiera la lluvia logró quitarnos a mi hermano y a mí las ganas de sufrir en nuestro querido sector 403.
Quien me conozca sabrá que soy un gran defensor de la hamburguesa semanal. Es necesario tomar al menos una a la semana si uno quiere mantener el físico de un Dios griego, se trata de encontrar el equilibrio entre la vida monacal y el pecado de la carne y los dos panes.
Mi querido atleti ha vuelto, o al menos eso quiere hacerme creer. Kondo y Herrera se han convertido en un medio campo comparable a la mejor de las hamburguesas, tosco y poco elegante pero sacian.
Y es que el Atleti nunca debió jugar a ser caviar. El fútbol colchonero es castizo, de barra de bar y mendrugo de pan para mojar. Quitadme la elegancia y dadme resultados, que al fútbol se juega para ganar, no para alegrar a un par de hijos de puta.
Sábado 26 de febrero de 2022
Madrid
Recuerdos con contexto 197
