Creo que desde hace varios meses no estaba tan bloqueado con un recuerdo. Tengo mucho que contar, y con matices tan distintos que no veo forma lógica y coherente de hilar cada uno de los grandes momentos de mi día.
El día de hoy va más allá de la picaresca y granujería que me ha permitido huir de la oficina un jueves. Todo ha empezado con una parada en la gasolinera que más rechazo me produce de Madrid, la del Hipódromo. Mi ajetreada cabeza ha sido la culpable de sufrir algo único, pagar la gasolina e irme sin repostar.
Anécdotas aparte, mi cabeza ha ido despejándose conforme me acercaba al prado verde acorralado por encimas. En ese lugar tan maravilloso cacé antes del gran encierro, y me emociona pensar lo mucho que ha cambiado mi vida desde entonces.
Mi amor por la caza es de mis obsesiones más puras y nobles, nadie me lo impuso. Y es el fruto de decenas de sábados en el campo con mi padre que iban moldeando mi obsesión por entender el arte. Desde que tengo uso de razón me dedicaba a afilar varas de encina, roble u olivo para tener una lanza con la que poder acompañar a los perros y defenderme de los patos.
En esa infancia de campo y lanzas aprendí que más allá de la carne y cinegética, hay un pequeño matiz que no he visto en ningún otro deporte. El quiebro del animal al romper monte.
Yo cazo muy poco, y sé muy poco, pero me fio mucho de mis sentidos y experiencias. Creo que no hay nada similar a la soledad del monte esperando un ruido que nunca llega. Qué placer es la paciencia aislada y la certeza de saber que en un quiebro ágil jamás volverás a ver al cuadrúpedo que se reirá al ver la bala enterrada.
Creo que este recuerdo ha sido bastante caótico, casi tanto como el zigzagueo del jabalí de lomo erizado, o la zancada del zorro sonriente que he fallado.
Así es la vida y así es la caza, un eterno pensamiento sobre el quiebro imposible y como me decía Casilda por teléfono, "a veces hay que pensar menos ”
Jueves 10 de febrero de 2022
Madrid
Recuerdos con contexto 181
