Hace algo menos de dos años
recién llegado a mi querida Tallin
decoré un hogar sin verde ni gloria.
Consideraba lo verde algo prescindible
como laborioso e injustificable,
e incluso como capricho de juventud.
Fue entonces cuando a mi vida llegó
una isleña de ojos claros y tez oscura
enamorada de lo verde y sus matices.
Pasaron los meses, y me fue convenciendo
contrabandista de plantas y otros detalles,
mi salón pasó a ser jungla y con él mis costumbres.
Dejé de lado el desprecio a lo germinado,
acumulé macetas y brotes verdes,
y donde había espacio ahora hay tallos y flores.
En poco tiempo, mi querida isleña,
transformó una casa sin color natural
en un santuario de paciencia y sosiego.
Las afiliadas y sombrías esquinas
ahora sonríen acompañadas,
donde había espacio ahora hay plantas.
Y en este mes de mayo, con mucho cuidado,
escribo estas estrofas algo enverdecidas,
ahora tenemos plantas y un perro que ladra.
Jueves 2 de mayo de 2024
Tallin, Estonia
Recuerdo #994
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