Cuando la primavera llega a Tallin las noches comienzan a dejar paso a infinitos atardeceres que dan paso a preciosos amaneceres. Las nubes grisáceas desaparecen y el cielo azul juega con sus tonos rosáceos. Los días sin noche empiezan a gestar su vuelta y salir de entrenar ya no supone volver a casa bajo la luz de las farolas.
En mi segunda primavera en Estonia y camino de mi tercer verano, comienzo a dar la razón a los locales. El invierno en el Báltico es duro, uno se acostumbra y niega la felicidad estacional, pero he de dar la razón a Mer y reconocer su existencia.
Llevo jugando al fútbol mucho tiempo. Volver a casa después de sudar la camiseta es una grandísima sensación, más aún si se hace con un paseo de por medio. Algo que en Tallin sólo se puede hacer a partir de abril.
Hoy al salir de entrenar me he encontrado con un precioso atardecer que invita a pensar que tendremos un gran verano. El gélido viento ha dejado paso a las frescas brisas, e iluminados por los últimos rayos de un eterno atardecer he acabado viendo un partido de primera división que se jugaba al lado de donde entrenaba.
Martes 9 de abril de 2024
Tallin, Estonia
Recuerdo #971