El Atleti ha sido y será un suspiro de tranquilidad en semanas tan extenuantes como esta. El equipo de Diego Pablo me ayuda a olvidarme del mundanal ruido. Me transporta a una realidad paralela en la que nada es más importante que los once hombres que visten la rojiblanca. El fútbol me ayuda a evadirme, y me atrevo a decir que hasta una vida tan maravillosa como la mía requiere evasión de vez en cuando.
Echo de menos escaparme de la oficina madrileña para ir corriendo al fútbol con mi hermano Rodrigo. Añoro la tensión de los días de partido y las previas. Me duele profundamente vivir en la distancia mi fe cholista. Esta es mi segunda temporada como socio abonado en la distancia. Pago un abono que no uso, y por mucho que me duela admitirlo creo que lo pagaré mientras que pueda, sin importar la distancia entre mi casa y el Metropolitano.
Hoy ha vuelto a jugar el Atleti. Lo ha hecho acorde a unas normas no escritas que son herederas del boca a boca del Calderón. En la distancia he vuelto a sufrir otro derbi. Un caótico partido en el que una vez más Koke ha demostrado que eso del brazalete es mucho más que llevar una tela en el brazo. Hoy el Atleti ha jugado a un fútbol de hombres más que de hombres, y aunque mi hermano yo haya vivido en la grada y yo al lado de mi querida isleña, sé que en el gol de Antoine nos hemos abrazado en la memoria.
Jueves 19 de enero de 2024
Tallinn, Estonia
Recuerdo #889
