Los perros son una bendición de la vida. Lo llevan siendo desde que la historia es historia. Millones de canes han compartido cientos de miles de grandes momentos con el hombre, y aunque muchos hayan sido inmerecidos, no podemos más que agradecer a todos los que nos precedieron nuestra amistad con los pequeños animales.
Soy un firme defensor de la institución de la familia. Tengo vocación de padre y considero que la vida tiene sentido si se vive por y para los que te sucederán. Soy incapaz de entender a los que ven a los canes como sustitutos de la prole. Creo que un perro, más si se hace en el seno de una relación, ayuda a los que tiene vocación familiar a medir sus actos. Un perro es una vida dependiente. Una bendición que confía ciegamente en tu generosidad y cuidado. Y estoy muy orgulloso de haber decidido acoger a un pequeño dachshund de nombre Paco.
Los dachshunds son perros con una historia fascinante. Son criaturas nobles y tenaces, cuya razón vital es tratar de tú a tú a los tejones. Son pequeños demonios que saben comportarse. Un perro como Paco es capaz de dar la vida por su dueño. Su tamaño no es representativo de su gran corazón. Y es que apenas doce horas desde que lo abracé por primera vez, se encuentra a mi vera, asegurándose que escribo este recuerdo con mimo y cuidado.
Paco, quien originalmente iba a llamarse Randa, por la montaña de Cura y por su significado en estonio (vamos a la playa), se ha convertido en pocas horas en la más reciente expresión de mi madurez. Un peludo y fiel amigo que confía su vida en mi (y en Mer), y quien no puedo más que agradecer este primer día juntos.
No sé cuánto vivirá Paco, tampoco sé cuántos recuerdos protagonizaré. Pero lo que sí sé, es que con Paco acurrucado entre Mer y yo, mi convicción familiar es aún mayor. Qué vivan los canes y la prole.
Domingo 14 de enero de 2024
Tallinn, Estonia
Recuerdo #885
