Ayer jueves fue el fin de mi segunda oscuridad invernal en el Báltico. Desde hoy (viernes) los días comienzan a tontear con el sol hasta que llegue a su punto álgido en seis meses. Un proceso lento pero de una belleza única. Y es que como he dicho muchas otras veces la luz en Tallin es muy especial y sus contrastes merecen un libro propio.
Mientras escribo estas líneas sigo sufriendo la jaqueca que arrastro desde ayer, día en el que tuve que pedirle a Mer que me hiciera un té y me ayudara a hacer la mochila. El invierno en el norte es maravilloso, pero después de varios meses el cuerpo comienza a necesitar esa luz que tanto ha caracterizado mi infancia, una luz que tal vez sea la única razón por la que sé que pasaré mis últimos días frente al Mediterráneo.
Ayer, jueves que marca el inicio de los días interminables, supuso el grabado en piedra de mi carácter de exiliado. Llevo dos inviernos fuera del lugar que me vio crecer, y si no fuera por estos volúmenes de recuerdos no sería capaz de entender todo lo que he vivido.
Jueves 21 de diciembre de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #861
