Tal vez el haber vivido en una ciudad como Madrid me haya hecho vivir engañado con el frío de verdad. Madrid es una ciudad de entretiempo, y aunque si releo mis recuerdos de hace dos años probablemente me quejara del enero madrileño, la realidad es que es en Estonia donde he aprendido lo que es el frío.
En Tallin hace frío de verdad, de esos donde los grados negativos sin viento son suficientes para hacer que te quedes en casa y que rápidamente congela cualquier extremidad con una mínima brisa. Ese frío del que uno necesita varios minutos en casa para entrar en calor. Y siendo sinceros, cada vez me gusta más.
Creo que hay pocos placeres que me hagan más feliz que llegar a casa después de un paseo en un día de gélidos vientos. Sentir las manos encogerse y deshelarse según abro la puerta, o como hoy, cuando termino de jugar al futbol.
Hacía mucho que no entrenaba con tantas copas como días tiene la semana. Con un pasamontañas que apenas me permite ver la pelota y todo ello a mediados de octubre.
Vuelve el frío, vuelve la felicidad del calor hogareño, y esta vez lo hace de la mejor forma posible, y es que cuento con la bendición de mis queridísimos padres para que Mer, la isleña de mi vida, se instale indefinidamente en mi pequeño rincón de la calle Soo.
Martes 17 de octubre de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #796
