Quien me conozca sabrá que soy un hombre de costumbres. Hombre de rutina que disfruta de la paz que da lo ritual, algo que se refleja en mi meticulosa preparación nocturna de la ropa del día siguiente y del café que tomaré al día siguiente.
Creo que mi pasión por la costumbre viene de familia, y ahora que comienzo a construir mi propio hogar parece que he heredado varias costumbres y otras tantas manías, y una de ellas son los desayunos de sábado.
Cuando vivía en Madrid solía madrugar cada sábado, sin importar a qué hora me fuera a dormir la noche anterior, algo que implicaba estar sentado con café y sueño en alguna terraza con mis padres y mi hermano. Esos desayunos, además de ser una de las pocas excepciones por las que rompía mi regla de una comida diaria, eran y son un buen reflejo de mi pasión por la costumbre.
Ahora, en la distancia y en el frío de la vida del Báltico, comienzo a compartir con Mer mis costumbres, y ella con mucha gracia las retoca. Donde había tostadas de jamón y tomate, ahora hay granola y zumos y desde hoy también tortitas.
Mer, isleña de origen y mediterránea de adopción ha preparado un desayuno que me ha recordado a todas esas mañanas madrileñas. Y en el otoño estonio, a la luz de la lluvia reflejada en la ventana, hemos desayunado en mi pequeño rincón de la calle Soo, rincón que nada tiene que envidiar a la Plaza de la Independencia.
Sábado 14 de octubre de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #793
