Mañana me voy a Copenhague, y lo hago en el peor momento de estos últimos meses. Tengo tantos asuntos en mi mesa como fueras de juego tiene Morata. Y aunque lleve con cierta diligencia el exceso de curro, tengo la sensación de que huyo del caos.
Es cierto que mi escapada lleva meses en el calendario, y que jamás habría podido prever la inconveniencia de mi decisión turístico y sin embargo a nadie le parece mal, y como bien me ha dicho mi jefa, “hay veces que lo mejor que se puede hacer es huir del caos”. Y tiene razón.
Soy muy afortunado, más de lo que merezco. Trabajo de nueve a cinco y nadie espera que curre en vacaciones o en fin de semana. Y sin embargo, siento la tentación de meter el ordenador en la mochila y currar un poco en el avión.
Me considero un valiente idiota, porque las horas extra, los correos de sábado o los mensajes de domingo no condicionan la balance de mi salto laboral y sin embargo más de una vez acabo tonteando con ellos. Mi jefa, que intuyo que ve en mí cosas que ella vivió, es capaz de sincerarse y decirme que aunque la tentación de trabajar más esté ahí, tengo que huir de ella, o sino acabaré desquiciado.
Supongo que mi huida del caos es una buena forma de explicar el porqué no voy a volver a España en los próximos años, y es que la confianza y el respeto que hay en mí es algo que jamás tendría en la vida de despacho madrileña.
Miércoles 4 de octubre de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #783