En este último año y pico trabajando en Estonia he aprendido el valor de la confianza en el curro. Ambientes laborales donde la libertad del individuo se presupone y que se rigen bajo la premisa de la responsabilidad propia.
Considero que yo he tenido mucha suerte en mis dos curros en la capital báltica. Mi primer curro se caracterizó por el perder a mi jefe directo durante mi primer mes. Y yo, acostumbrado al control minucioso de la vida de torre madrileña, aprendí rápidamente a organizarme a mi manera.
Cuando perdí mi trabajo debido a los recortes asumí que me tocaría volver a España. Por cosas del destino encontré trabajo rápido. Y después de casi diez meses en él puedo decir que aquella libertad es lo que me hace ser capaz de escribir este recuerdo feliz y no con ganas de irme a vivir a un monasterio.
Llevo mes y medio con una carga de trabajo tan interesante como infinita. Mi posición ha cambiado ligeramente, y parece que ha caído en mi mesa cualquier asunto que se acerque remotamente a lo financiero y tecnológico. Situación que refuerza mi convicción en aquella huida de la vida de despacho.
Y por qué escribo todo lo anterior se pregunta el lector. Este recuerdo iba a versar sobre paseos y descansos y he acabado tocando temas más complejos. Pues bien, la idea que subyace es que gracias a la confianza de mi equipo, a la libertad para trabajar y priorizar a mi gusto y por supuesto al entrar y salir cuando considere, todo el estrés y exceso de trabajo que tengo no me hace tirar la toalla. Lo único que necesito es escaparme de la oficina a las once y pasear un rato largo sin que nadie cuestione mis idas y venidas.
Martes 3 de octubre de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #782
