Cada día doy gracias a mis padres por haberme otorgado el boleto ganador de la lotería genética. Las lesiones me respetan, mi cuerpo apenas necesita cuidado para mantenerse en forma y me ha tocado tener un rostro que como me dijo una vez un compañero de trabajo, me abre tantas puertas como faldas. Pero dejando de lado los privilegios ser tener una cara simétrica hoy quiero hablar del gran inconveniente de mi boleto ganador, un pelo rebelde que no cede y se envalentona cuando no se peina.
No sé muy bien cuando debí de raparme, supongo que debió ser allá por mediados de marzo. Me hice tal estropicio que tuve que llamar a mi novia para que viniera a retocarme, y lo que debía haber sido un corte al cinco acabó siendo uno al dos. Y en estos seis meses mi pelo ha llegado a su máxima longitud, casi trece centímetros de rizos que si no se peinan me convierten en un hippie de melena afro.
En Estonia, país de pelos lisos y delicados no tiene suficientes peluqueros que sepan tratar un pelo tan rizado como el mío. He tardado casi un mes en conseguir una cita con uno de los pocos peluqueros que parecen haberse hecho un nombre entre inmigrantes que como yo han llegado a Tallin en busca de un mejor futuro. Y ahora, sentado en mí salón, después de una fría ducha, no puedo evitar contemplar en el reflejo de mi pantalla el mejor corte de pelo de mi vida.
He debido llegar a la peluquería a las diez, y e extracto de mi cuenta del banco dice que he pagado a las once y cuarto. Más de una hora de paciente y laborioso cortar que ha sido responsable de varios piropos cuando he llegado a la oficina. Supongo que gran parte de esos piropos son gracias a mi suerte en la lotería genética, pero prefiero pensar que aún a pesar de mi rizado pelo, puedo seguir mejorando, que con una novia tan guapa no me puedo permitir no estar presentable.
Miércoles 13 de septiembre 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #762
