El otoño comienza a reclamar su protagonismo en estas semanas de principios de septiembre. Tímidamente tontea con lluvia y niebla, y muy de vez en cuando baila acompañado de los caducos follajes que poco a poco se desnudan. El otoño báltico, único en el mundo, es fiel reflejo de la fragilidad de la vida, días soleados que se oscurecen con una tímida brisa marina.
Las mañanas comienzan a despertarse cada vez más tarde. Me gusta pensar que con la llegada del otoño la vida en Tallin baja el ritmo, y donde antes había adolescentes enamorados ahora hay consolidadas parejas paseando de la mano. Y como muchas otras cosas de mi vida en Tallin, para que pueda seguir disfrutando necesito adaptarme a lo que viene, y eso implica vivir más pausado.
Dentro de los muchos trucos que guardo para mantener la calma en el inicio otoñal me gusta amanecer antes de lo habitual. Durante primavera y verano salía de la cama a las ocho y cuarenta, y en menos de veinte minutos estaba en la oficina aseado y con un café haciéndome compañía. Sin embargo, ahora que el otoño aprieta me levanto a las siete. Remoloneo en la cama media hora y trato de disfrutar de un café casero mientras observo la vida pasar desde mi ventana.
Gracias a Mer este otoño voy a añadir un pequeño paso a mi rutina, el yoga. Y es que resulta que lo que yo llevo años considerando estiramientos de movilidad se parece mucho a lo que ella practica, y hoy, de la mano de la niebla callejera, he despejado mi cabeza a la par que el sol rasgaba las vestiduras grises de un lunes otoñal en el Báltico.
Lunes 11 de septiembre 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #760
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