Los domingos son días maravillosos. Por lo general son días de tranquilidad y costumbre. Jornadas de descanso en las que aprovecho para ordenar mi cabeza, y en especial, escribir.
Desde mi llegada a Estonia, y en parte por mi querida operación, no he sido capaz de encontrar el equilibrio entre entrenamiento y vida adulta. Creo que he pecado en exceso con las tareas del hogar, y ahora que he recuperado mi chispa, he logrado entender que mantener una casa tampoco es para tanto.
Hoy me he levantado tarde, he hablado un rato por teléfono con un colega, he cocinado para toda la semana, he puesto una lavadora, he limpiado el baño y he caído rendido en el sofá.
Me he levantado a eso de las tres y pico. Y aún con la baba en la mejilla mami cabeza me ha obligado a salir a correr. Cinco kilómetros más tarde volvía a casa, a terminar de entrenar con mi kettlebell y darme una ducha fría de las que cortan la respiración.
Todo lo anterior, más allá de la idealización de la vida independiente dominical, es un buen ejemplo de la felicidad de lo cotidiano. Algo que me ha permitido volver a mi querido sofá, a la luz de las velas, y con un mate, mientras esperaba la salida del Gran Premio de Gran Bretaña.
Ahora, mientras escribo este recuerdo, a las ocho de la tarde, me tienta la idea de abrir un libro de Muñoz Molina e irme a dormir pronto. Mañana me gustaría volver a correr, y sabiendo que tengo la casa limpia y la ropa doblada, la cabeza podrá descansar.
Domingo 9 de julio de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #696
