Escribí hace bastante que uno de mis sueños siempre ha sido el regentar una librería que fuera a su vez una floristería. Un pequeño rincón en alguna esquina de Madrid (o de Tallin) en el que ofrecer libros y flores, pudiendo reciclar las segundas en estupendos marca páginas con los que alegrar la compra a los clientes.
Mi vida en Tallin, caracterizada por las costumbres monacales y la felicidad de lo simple, se vería muy beneficiada por una de las librerías con las que sueño, donde además podría vender alguno de mis libros que no son comprados ni por mis amigos. Siempre he pensado que las librerías son uno de los estandartes de la contrarrevolución social. Sí, esa que de la mano del mediterráneo moral busca el desaceleracionismo y la vuelta a la calma y la vida simple.
Hasta que llegue el día en el que mis ahorros me permitan tener una librería en la que vender flores me toca esperar y soñar despierto. Tal vez por ello me gusté pasar horas deambulando por las librerías de Tallin. Lugares donde la literatura resiste el asedio de Amazon y su envío postal.
Cerca de casa hay varios rincones donde me gusta pasar las horas, pero de las librerías de mi barrio me quedo con una cercana a las murallas. Un lugar en la azotea de Viru Keskus, donde entre cafés y vinilos uno puede pasar las horas en busca de otro libro con el que completar la biblioteca de su futuro.
Este recuerdo, escrito en la tarde del sábado, es cuanto menos un espejismo de lo que sentí durante esas dos horas zigzagueando por las estanterías. Con Mer a mi lado, ella enferma y yo cansado, en busca de un libro que me ayudase a proporcionarle otra excusa para seguir viniendo a mi casa a leer.
Miércoles 21 junio de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #678
