Salir de trabajar a las cinco sin la sensación de ser un prófugo es algo a lo que no termino de acostumbrarme. En mi año en tierras estonias he vivido de primera mano la verdadera conciliación laboral y el descanso entre jornadas, y aún así, sigo creyendo que se trata de un sueño.
Me acuerdo de mis jornadas madrileñas. Días en los que salir a las siete se consideraba una ofensa, días donde ni si quiera uno podía permitirse el lujo de escaparse a ver jugar al Atleti. Ahora, esos días del pasado, me ayudan a valorar la calidad de vida que tengo en mi querido Tallin.
Escribo este recuerdo en la tarde del sábado, tumbado al sol, con Mer a mi lado. Me avergüenzo de no haber escrito los recuerdos de esta semana en su respectivo día, y me produce cierta tristeza no poder hablar con el mismo nivel de detalle de mi café a las cinco y cuarto con Mer.
A eso de las cinco me encontraba camino a casa, una enferma Mer que había decidido dormir todo el día en casa me esperaba. Y yo, que de pereza y siestas sé un rato supe que lo mejor que podía hacer era llevarme, aunque fuera a rastras, a Mer a por un café.
Por el camino, ella doliéndose de las quemaduras de su viaje, y yo de las agujetas de mi partido del domingo, hablamos de la vida y de estos últimos meses. Entre una cosa y otra hemos convivido más de lo que habría hecho con cualquier mujer en Madrid, y es que la vida adulta en Tallin, la del joven independizado, permite entre otras muchas cosas, disfrutar de una tarde al sol, con cafés, anécdotas y la tranquilidad de saber que nadie espera que respondas al correo antes de las nueve de la mañana del día siguiente.
Martes 20 de junio de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #677
