El fútbol que a mi me gusta, el de verdad, es el fútbol no apto para los que sufren del corazón. Un fútbol que hace sufrir a quien observa, que se guarda cada detalle para sí mismo. Un fútbol que depende de los vaivenes del azar y la voluntad de los dioses.
El fútbol que a mí me gusta, el del Atleti, ese que muy a menudo digo que es mucho más que fútbol es el que me vuelve completamente loco. Sí, ese que se hace carne en una barbacoa con una bandera al fondo, en un viaje con una camiseta o con las pequeñas acciones del día día que requieren un poco de coraje.
Al igual que el Atleti, mi pequeño reducto de fútbol estonio sufre mucho. En cierta medida, de una forma casi poética, mi querido Wise podría ser el pupas de Kalevi, más aún después de varias jornadas donde la pelota no quería entrar.
Fraguar una remontada cuando uno empieza desde el banquillo es complicado. Aunque sea el sueño de muchos a mi no me termina de convencer. Y ver a tu equipo irse cero a dos al descanso cintura sin haber podido ayudar más que recoger algún balón, es algo que duele.
Con el reloj marcando el sesenta y después de la acción que nos daría el primer tanto, me cambie la camiseta y besé el verde. Con una rodilla ensangrentada y aún vendada por la criminal entrada del domingo pasada, salí a jugar.
Yo, colchonero venido más en estas tierras del Báltico, estoy volviéndome un maestro de los pases en la espalda. Más que por la precisión, que acierto de vez en cuando, sino porque el nueve que juega conmigo es un animal. Y una vez das el pase, él ya está esperando para controlar y encara.
Hoy, después de uno de los mejores pases de mi vida, mi querido nueve, recortó y provocó el penalti que nos daría el dos a dos. Y con el reloj consumiéndose, con los dioses del fútbol celebrando esos noventa minutos de agonía, el tercero llegó, fraguándose así una de las remontadas más bonitas que he tenido el placer de jugar.
Domingo 11 de junio de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #668
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